Apenas dos meses después de su coronación con toda la pompa y circunstancia tan características de la Monarquía británica en la Abadía de Westminster, ante más de 2.000 invitados, incluidos decenas de jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo, Carlos III será coronado de nuevo hoy al mediodía, en este caso en Escocia.

En realidad, el acto está concebido como un servicio nacional de acción de gracias y dedicación en la Catedral de San Gil, en Edimburgo. Pero en la ceremonia le serán presentados al monarca británico los llamados Honores de Escocia, incluida la corona real, una joya confeccionada en el siglo XVI para Jacobo V que sigue presidiendo cada legislatura la apertura del Parlamento escocés.

Esta segunda coronación para el rey Carlos es, en definitiva, un rito más de los muchos con los que viene cumpliendo desde que fue proclamado monarca del Reino Unido en septiembre, a la muerte de su madre, Isabel II. También ella recibió los Honores de Escocia en 1953, apenas tres semanas después de su histórica investidura en Londres.

Y es que, aunque no existen coronas ni reinos diferenciados en Gran Bretaña desde el Acta de Unión de 1707, los Windsor se han cuidado de respetar y mimar la fuerte identidad escocesa, así como de vincularse al máximo con sus símbolos.

El rey británico, a diferencia por ejemplo del español, no es símbolo de la nación ni garante de su continuidad y permanencia -tal como atribuye nuestra Constitución en este caso a Felipe VI-. Es titular de una Monarquía compuesta y jefe de Estado de un Reino Unido formado por cuatro naciones: Inglaterra, Gales, Irlanda del Norte y Escocia.

Una cuestión fundamental para comprender por qué en este último territorio sí pudo celebrarse en 2014 un referéndum de independencia con arreglo a la legalidad británica y por qué Isabel II se mantuvo escrupulosamente neutral y al margen del proceso, por más que «ronroneara» de satisfacción al conocer el resultado -los partidarios de mantenerse unidos a Londres fueron mayoría-, tal como se le escapó a un indiscreto David Cameron, entonces primer ministro del país.

El rey Carlos III es coronado por segunda vez, ahora en Escocia

Y, de hecho, Carlos III es bien consciente de que el gran reto de su mandato será mantener las actuales costuras de un Reino Unido cada vez más desunido, con fuertes pulsiones nacionalistas tanto en el Ulster como en Escocia y con amplias capas de la población en ambos territorios seducidos por la idea de divorciarse de Inglaterra, un anhelo que ha polarizado fuertemente a la sociedad sobre todo como otra consecuencia más del mayor error histórico en Europa de las últimas décadas que ha sido el Brexit.

La capacidad que tenga la Monarquía para desplegar sus capacidades de poder blando y ejercer como pegamento el del Reino Unido se antoja determinante en los próximos años; es ahí donde Carlos III se la juega.

Aunque esta coronación será mucho más modesta y austera que la celebrada a principios de mayo en la capital del Támesis, no faltará pompa. El evento comenzará poco después de la una del mediodía (hora local), con una procesión que recorrerá el tramo de la Milla Real entre el Castillo de Edimburgo y la Catedral. Los participantes, representantes de distintos ámbitos de la sociedad local, serán escoltados por el Regimiento Real de Escocia y una banda militar de cadetes.

Y, en torno a las dos, se iniciará la llamada procesión real, con Carlos III y la reina Camila como protagonistas, que acudirán al templo desde el Palacio de Holyrood, residencia oficial de la familia real británica en suelo escocés. Los monarcas estarán bien arropados por una guardia de honor formada por contingentes de la Armada, el Ejército y la Royal Air Force, junto a miembros del Regimiento Montado de Caballería Doméstica y las Gaitas, Tambores y Cornetas del 2º Batallón del Regimiento Real de Escocia.

Y ya en la catedral, donde el servicio seguirá el rito de la Iglesia de Escocia -de confesión presbiteriana-, le serán presentados al rey los mencionados Honores que, además de la corona, incluyen el cetro y la espada de Estado.

Para esta ceremonia se ha confeccionado otra espada, ya que la histórica, obsequio que Jacobo IV recibió en 1507 del Papa Julio II, se encuentra en un estado tan frágil que los expertos recomiendan que no se vuelva a usar. La nueva se ha bautizado como Elizabeth Sword como homenaje a Isabel II, quien estuvo siempre tan vinculada a las Tierras Altas y que contó con un respeto muy mayoritario de escoceses.