Si las bajas rusas ya eran altas en esta invasión de Ucrania, desde ayer tiene que unir a otros 300 soldados a esa cifra. El pasado martes, varios trabajadores ucranianos de la planta nuclear de Chernóbil advirtieron a la agencia Reuters que las tropas de Moscú estaban atrincheradas en el llamado «bosque rojo», una de las zonas más contaminadas de la zona de exclusión atómica en torno a la central.
Ayer, Yaroslav Yemelyanenko, miembro del Consejo de Estado ucraniano, valiéndose de fuentes bielorrusas, aseguró que hasta siete autobuses llenos de soldados evacuados llegaron al Centro de Medicina Radiológica de Gomel con síntomas de haber recibido altas dosis de radiación, según publica también la agencia local Unian. Además, las mismas fuentes aseguran que no son los primeros soldados que llegan. Estos militares removieron la tierra donde se concentra la radiactividad para cavar zanjas y trincheras, según la información de Reuters, lo que ha podido exponerlos aún más.
El Bosque Rojo es el nombre que reciben los árboles ubicados en unos 10 kilómetros de la central nuclear de Chernóbil y su nombre viene del color rojizo que adquirieron los pinos al recibir una intensa dosis de radiación el día del accidente en abril de 1986. Durante las operaciones de limpieza después del desastre, el Bosque Rojo se taló al completo y se enterró en un llamado cementerio de escorias. El lugar que ocupaba el Bosque Rojo es todavía una de las áreas más contaminadas del mundo y es donde han ido a atrincherarse los rusos.
Las mismas fuentes de la planta nuclear aseguran que las tropas rusas no han usado ningún tipo de protección para entrar en las zonas más radiactivas, vetadas a los turistas que solían, antes de la guerra, visitar durante unas horas las instalaciones de la central que alberga el fatídico reactor 4, el que provocó el mayor escape nuclear de la Historia. Para realizar esas visitas todos los presentes deben llevar colgado del cuello un dosímetro para medir las dosis de radiactividad presente en cada lugar.
El ejército ucraniano lleva días insistiendo en que los rusos están usando las cercanías de la central como «refugio», ya que ahí los ucranianos no los combaten. Si no lo hacen, es porque saben de la peligrosidad de permanecer en determinadas zonas durante horas recibiendo radiactividad, cosa que los rusos parecen haber ignorado. Ucrania posicionó muy pocas tropas en los bosques cercanos a la central desde el principio, y con una continua rotación. Por eso los rusos no tuvieron problemas en ocupar la central a los dos días de iniciarse la invasión.
Este movimiento de atrincherarse en Chernóbil, que ya fue detectado ayer por el Pentágono y sus satélites, desmiente el anuncio de Vladimir Putin, cuando aseguró que abandonaría la actividad militar en torno a Kiev. Estas tropas no se están marchando, sino que «se están reposicionando», en palabras de la inteligencia de EEUU.
Otra de esas zonas de alta contaminación se encuentra cerca de la base, justo en la orilla del río Prypiat. Se trata del cementerio de vehículos militares de aquellos «liquidadores» que contribuyeron a enterrar el reactor abierto por la explosión y a evacuar toda la zona, incluyendo los helicópteros que vertieron arena y cemento sobre el núcleo ardiente y que permanecen oxidados y apilados unos sobre otros. Al lado de este cementerio de chatarra han pasado todas las columnas de tanques y vehículos blindados que trataron de tomar la capital durante los primeros días, así como todos los convoyes logísticos que los alimentan.
Cabe preguntarse, 35 años después del desastre, qué parte de la historia del desastre atómico de Chernóbil han ofrecido los medios y los libros de texto en Rusia. Sobre todo en la formación de soldados que, por edad, aún no habían nacido cuando sucedió el accidente.
Según los ingenieros de la central, respirar este polvo contaminado al remover la tierra es «suicida» para el ser humano porque «te hace inhalar radiación en los pulmones», según la información que ofrece Reuters.
Los síntomas de este «síndrome radiactivo agudo» que presentaban los soldados rusos eran náuseas, vómitos, dolor de cabeza y diarrea.
Valery Seida, actual director de la planta, cuyos reactores están apagados y que alberga el sarcófago que cubre el reactor dañado, se refirió así al «bosque rojo»: «Nadie va allí… por el amor de Dios. No hay nada allí». El polvo de este bosque está tan contaminado que los operarios creen que la subida de la radiactividad detectada en la central tras la ocupación del territorio cercano a la planta, sucedido el 25 de febrero, viene de ahí, de remover la tierra en esa zona para acampar.